Los otros
El día 17 de mayo ha sido declarado por la Organización Mundial de la Salud como Día Internacional contra la Homofobia; las organizaciones de Lesbianas y Gays de todo el mundo luchan para que el Alto Comisionado y la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas señalen esta fecha como jornada mundial contra la homofobia y la transfobia, en cualquiera de sus expresiones, (política, social, cultural, etc.) por entender que la homofobia se trata de un problema político, no solo de salud, que no afecta sólo a los homosexuales, lesbianas y transexuales, sino que afecta al entendimiento de las libertades civiles,lo que naturalmente nos incumbe y compromete a todos y a todas.
El término homofobia se refiere a la aversión, odio, miedo, prejuicio o discriminación contra hombres o mujeres homosexuales, aunque también se incluye a las demás personas que integran a la diversidad sexual, como es el caso de las personas bisexuales o transgenéricas, y las que mantienen actitudes o hábitos comúnmente asociados al otro sexo, como los metrosexuales y las personas con pluma. Todos los organismos europeos de defensa de los derechos humanos señalan como inaceptable la homofobia.
Me inquietan aquellas personas que para ser lo que son necesitan que las demás no sean lo que quieren ser. Interpreto que en esos casos nos encontramos ante una identidad insegura que se siente menesterosa y frágil cuando no se siente arropado por lo que el socio-teólogo Berger llama las “estructuras de plausibilidad”.
Todos necesitamos en alguna medida un cierto soporte social de nuestro entendimiento de lo real, y no tienen por qué gustarnos todas las opciones vitales, estéticas o de cualquier orden que hagan nuestros conciudadanos, pero en las sociedades abiertas y plurales nos acostumbramos a coincidir y también a convivir con personas con las que compartimos ciudadanía pero sin embargo de la que nos encontramos sideralmente separados en relación con cuestiones metafísicas, de sentido o en nuestra cosmovisión general; sin embargo esas diferencias no nos impide mantener las reglas de buena educación, apreciar, trabajar o hacer negocios con los otros. Esa convivencia y ese pluralismo es posible porque nos hemos dotado de un marco de leyes que garantizan la libertad personal y la capacidad de autodeterminación de cada uno de nosotros.
A mí personalmente esa variedad y ese pluralismo –dentro del pacto de amistad civil que nos hace ciudadanos- me gusta. Me agrada la condición sinfónica de lo humano en la que no todo debe sonar del mismo modo sino que es justo y necesario que haya violines y trombones, fagots y timbales, clarines y arpas. Pero no. Hay hinchas de un club de fútbol que no soportan la existencia misma de la hinchada rival, hay hombres que parece se sienten disminuídos en su hombría por la simple existencia del matrimonio homosexual, heterosexuales que se sienten agredidos porque existan los otros, es como si su SER se sintiera devaluado, disminuido si no goza de completa y total hegemonía social si no acapara toda la plausibilidad de lo existente.
Yo no practico parapente, ni tampoco la castidad monástica, no aprecio la comida japonesa ni me gustan los libros de César Vidal, tampoco el fútbol, pero no me hacen dudar de mis gustos el que haya otras personas a las que esas prácticas o esos gustos les convengan. Estoy felizmente casado con una mujer pero no inquietan a mi condición matrimonial ni los solteros, ni los divorciados, ni los sacerdotes célibes, ni los matrimonios homosexuales; acepto deportivamente que otros y otras practiquen, aprecien o gusten de esas cosas y de esos personajes siempre que no pretendan imponerme sus gustos y sus opciones personales. Tengo dos hijas pero no me irrita que haya personas que decidan no tener hijos. Tengo mis preferencias pero asumo que los demás puedan tener otras. Pocas cuestiones merecen ser consideradas casus belli en el orden de la convivencia democrática (Derechos Humanos…) en todo lo demás procede actuar con deportividad y buena educación. Podemos confiar –a pesar de la aparición de nuevos fanatismos- en que las enseñanzas del terrible siglo XX nos han preparado frente al simplismo de la homogeneidad y la búsqueda de la pureza étnica, cultural, moral o religiosa. A pesar de los fanáticos de la pureza castiza podemos pensar que las instituciones europeas y las mayorías políticas no pueden ser seducidas por esas ideologías. El mundo que nos ha de tocar vivir no puede ser entendido ya en términos de cosmovisiones únicas y obligatorias. Las posibilidades de comunicación e intercambio están acelerando la mezcla y la combinación de todo con todo. Se trata de una situación novedosa por la escala planetaria que está alcanzando. En la historia esos fenómenos de mestizaje y co-implicación se han producido pero en sociedades más sencillas y en escalas más reducidas.El debate inmenso al que nos enfrentamos es el que propone y desarrolla magistralmente Alain Touraine en su libro ¿Podemos vivir juntos?, Iguales y diferentes (1997). La inmensidad de la cuestión es tal porque, en efecto, con todo esto estamos comenzando a vislumbrar lo que serán seguramente las grandes cuestiones morales, políticas e ideológicas de este siglo XXI que van a afectar a nuestro entendimiento del sujeto humano y, por lo tanto, de la sociedad. La pluralidad de sentidos que se nos presentan, los diferentes mundos simbólicos, las culturas, las técnicas con las que nos relacionamos o trabajamos se presentan, -dice Touraine- como un caleidoscopio de estímulos que sólo pueden integrarse en el Sujeto, es decir, en cada uno de nosotros, que deberá encontrar la forma de dar unidad a lo que de otro modo se daría como algo discontinuo y desintegrado. Toda esta complejidad nos lleva hacia una sociedad de sujetos cada vez más conscientes de sí mismos y más originales, menos clónicos y menos definidos por una sola de sus opciones. Nos acostumbraremos a nuevas formas de convivencia familiar, a la libertad de orientación sexual, a la presencia de formas de culto religioso diversas de las que nos han sido tradicionales sin aflojar por ello los vínculos de solidaridad cívica y nacional.
En el horizonte del nuevo siglo se apunta la necesidad de un Sujeto cada vez más complejo, pero a la vez más original, maestro de su propia construcción como actor humano. El desafío es saber si seremos capaces de construir una sociedad en la que ese Sujeto sea posible.Al final la cuestión se puede resumir en la asunción del principio evangélico según el cual “quien no está contra mí está conmigo”. O dicho de otro modo: ¡Vive y deja vivir¡. ¿Tan difícil es?
©Javier Otaola.- Defensor del ciudadano del Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz. Abogado y escritor.