viernes, 27 de abril de 2007

Savonarolas


Savonarolas
Corría el año de Nuestro Señor 1481 cuando el dominico Savonarola fue enviado por el superior de su Orden para predicar en Florencia en lo que era en aquél momento uno de los focos del Renacimiento, un movimiento intelectual, moral y artístico que planteaba nuevas formas de libertad inspiradas en la Antigüedad Clásica y que suponían un desafío a las formas del pensamiento medieval. El joven monje encontró en el púlpito la oportunidad para entregarse con toda su energía a su pasión purificadora y comenzó su carrera como agitador de conciencias atacando con saña lo que consideraba como valores paganos dominantes en la sociedad de la época y muy especialmente en la Corte de Lorenzo de Medici máximo representante de ese Renacimiento, odiado por Savonarola.
En un primer momento su impostación profética, sus predicas demagógicas e incendiarias fueron consideradas repulsivas por los florentinos, pero eso no desalentó al dominico que no cejó en su empeño y se dedicó a predicar con el mismo tono rencoroso y extravagante por otras ciudades italianas. Como buen predicador con ansias de profeta se sintió atraído por los tonos melodramáticos y emocionales del Libro del Apocalipsis, uno de los libros más oscuros y difíciles de desentrañar del Nuevo testamento y en 1486, en el púlpito de la ciudad de Brescia despertó todos los demonios del miedo alertando de la llegada de los Últimos Días y de la proximidad del Juicio Divino, conminando a una conversión urgente bajo amenaza de condenación colectiva. En 1489 volvió a Florencia y en esa ciudad encontraría el escenario ideal para su triunfo y posterior caída
Llevado por su celo y cegado por su propia imagen de salvador de almas siguió incitando al odio y a la confrontación civil sin detenerse ante ninguna consecuencia llegando incluso a volverse con inusitada violencia verbal contra la propia Iglesia de Roma demasiado contemporizadora a su juicio. En mayo de 1497, fue excomulgado
Después de su larga carrera predicando el fuego purificador, el rechazo a las novedades “demoníacas” aportadas por el Renacimiento, y amenazando con las desgracias del Apocalipsis finalmente el pueblo de Florencia se volvió contra él.
En mayo de 1498, Savonarola y otros dos miembros de su orden que seguían su ejemplo fueron condenados a muerte, ahorcados y sus cuerpos quemados.
Al principio los sermones de Savonarola fueron una justa vindicación contra la corrupción de la época, y un llamamiento a las virtudes cristianas temperadas por el aristotelismo de la Orden de los Predicadores, pero su propio éxito como agitador le llevó a desconocer esas mismas virtudes y a mantener un discurso violento, demagógico, alentador del odio civil y religioso, del fanatismo y la obstinación más recalcitrante: esparciendo vientos recogió tempestades. Sin embargo nunca fue considerado hereje en términos de doctrina, lo que nos demuestra que no basta una buena doctrina para hacer un buen predicador. El ejercicio de la palabra pública tiene su propia ética.
Vivimos otros tiempos, existen otros púlpitos, gozamos felizmente de un marco de legalidad democrática que ampara la libertad de pensamiento y de expresión, pero la libertad, como ya sabemos, no garantiza el acierto y la bondad de las cosas, vivimos en una sociedad abierta en la que compartimos unas reglas de convivencia pero como consecuencia de la misma libertad sabemos que estamos separados por diferencias razonables pero profundas en cuestiones relativas al entendimiento del Bien y el Mal, al sentido de la vida y la visión general del mundo, es por eso que es hoy más fácil que ayer plantear contradicciones insalvables en muchos aspectos de nuestra vida personal y colectiva, pero también sabemos hoy, mejor que nunca, del valor de esa libertad que a todos nos ampara y de la responsabilidad a la que estamos obligados para conservarla y mantenerla de generación en generación. Por eso hoy como ayer el uso de la palabra pública debe estar sometido a las reglas de la honestidad intelectual porque supone el ejercicio de una tarea que conlleva responsabilidades.
El ruido mediático, la amargura y acidez de las críticas públicas y la mala fe con la que muchas veces se manifiestan esas criticas creo que hacen pertinente la necesidad de poner en valor la primacía del principio de conviviencia respecto de cualquier otro principio que esté en juego, y ese principio nos exige ante todo honestidad intelectual en ejercicio de la crítica pública. En este sentido me parecen insuperables las propuestas que Kart Popper ya hizo el 26 de mayo de 1981 en la Universidad de Tubinga para definir un decálogo de la honestidad intelectual (Doce Principios para una Nueva Ética Profesional del Intelectual.) que todos debiéramos releer con frecuencia y que concluyen en los siguientes términos (circa):
Debemos tener bien claro que necesitamos a otras personas para el descubrimiento y corrección de errores (y ellas a nosotros); especialmente personas que han crecido con otras ideas, - podríamos decir, con otras referencias ideológicas - en otra atmósfera. También esto conduce a la tolerancia. La crítica racional debe ser siempre concreta basada en fundamentos concretos, debemos evitar las tentaciones de la demagogia, las omisiones interesadas, las manipulaciones sentimentales, los argumentos “ad hominem” y todas aquellas trampas con las que pretendemos prevalecer en una argumentación despreciando la búsqueda de la verdad que está en juego en cada momento.
Savonarolas no, gracias.
(c)Javier Otaola.-
Abogado y escritor. Miembro de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País.

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